Nota traducida al castellano por Gabriela Horestein
Julio de 2014. Las noticias hervían durante los bombardeos israelíes en Gaza, que llevaron el nombre de operación “Margen Protector”. Una vez más, los ánimos se agitaban entre la población judía de San Pablo[1]; se establecían posicionamientos que iban desde la reivindicación y apoyo incondicional a Israel hasta quienes le acusaban de genocidio. En medio de ese clima de tensión y malestar, una proyección del film Lo que queda de tiempo, del director palestino Elia Suleiman, seguida de debate, estaba agendada en el Centro de Cultura Judía.
El film integraba el ciclo O cinema e o irrepresentável (El cine y lo irrepresentable), e incluía títulos como Hiroshima mon Amour, de Alain Resnais; o Kapo, de Gillo Pontecorvo. La sesión fue suspendida y se alegaron razones de seguridad.
Disconforme con la situación, Ilana Feldman, organizadora del ciclo, buscó en la Casa do Povo[2] (Casa del Pueblo) un lugar donde realizar el evento. Aquella noche fría de finales de julio, un público de judíos y judías disconformes con la censura del film palestino en una institución judía se reunían en la Casa do Povo.
Más que un debate sobre el film, se destacaron los testimonios de indignación sobre los rumbos de las instituciones comunitarias y de los órganos que actuaban en representación de la comunidad judía en San Pablo.
Ese encuentro de personas que no tenían una tradicional relación con la Casa do Povo trajo a la luz un importante fenómeno de transformación en las prácticas sociales más recientes: la búsqueda de espacios donde sostener una experiencia judía menos formateada por las instituciones, en diálogo con las cuestiones del presente, ha movilizado a personas con variados grados de cercanía, de conocimiento y/o identificación con el judaísmo. Esa aglutinación generó una dinámica más fluida, con lazos menos formales de pertenencia a las instituciones, y con duración variada.
En un momento en el que las conexiones digitales son facilitadoras, vale considerar que los debates y acciones no se restringen a los temas locales, y que la integración entre las acciones institucionales, las discusiones y las movilizaciones en red son una realidad.
Uno de los grupos pioneros —y exitosos— en articular a judeo-progresistas brasileros en plataformas digitales fue el Judeus Brasileiros Progressistas (Juprog) fundado en 2011. Sérgio Storch, un ingeniero paulista con gran desempeño profesional en la articulación de redes, muerto por COVID en 2021, fue uno de sus grandes impulsores. Buscaba una visión estratégica que conectara los temas de la vida de los judíos en Brasil con los enfrentamientos de toda la sociedad brasilera, las relaciones con Israel y con Palestina, el combate contra el antisemitismo.
Una de las acciones que puso de manifiesto la presencia decisiva de Juprog fue su participación en un Manifiesto, en 2014, contra el nombramiento de Dany Dayan como embajador de Israel en Brasil, dados sus vínculos con los asentamientos en territorio palestino. El nombramiento no se confirmó, además, porque había sido hecho de modo inapropiado por Bibi Netanyahu, sin consultar a la diplomacia brasilera.
Ese episodio hizo que los participantes del grupo que habían firmado la carta fueran llamados “ratas Juprog” entre los grupos judíos de derecha.
En el contexto nacional, desde el año 2013 se observa un foco de atención en las acaloradas disputas políticas. Aunque desencadenadas por huelgas lideradas por movimientos como el Passe Livre contra los aumentos en las tarifas de transportes, las manifestaciones fueron cooptadas por grupos que se oponían a las administraciones federales lideradas por el Partido dos Trabajadores (PT).
Usando la corrupción como lema central, se posicionaron en escena grupos como Movimento Brasil Livre (MBL) y otros similares, con un discurso de desconfianza al juego político tradicional, pero asociado este de diversas maneras a las cúpulas conservadoras del Congreso Nacional.
En las elecciones del año siguiente, tras la reelección de Dilma Roussef, la manifestación inmediata del candidato del PSDB, Aécio Neves, de sospecha de fraude en las urnas dio inicio a un desgastante proceso de obstrucción del poder Ejecutivo, que condujo a las articulaciones que elaboraron la destitución de la Presidenta, en agosto de 2016.
La caída de Dilma fue denunciada como golpe por todos aquellos que reconocían, en las políticas públicas que venían siendo gestadas y perfeccionadas por los gobiernos de Lula y Dilma, el verdadero motivo de su destitución.
La misma sesión en la que se votó la volteada de Dilma, espectáculo grotesco, ya preanunciaba que las puertas estaban abiertas de par en par para políticos con retóricas fascistas, como el propio Jair Bolsonaro quien, en aquella ocasión, se encargó de saludar la memoria de quien fue el torturador de la Presidenta. Después de asumir la presidencia el vice, Michel Temer, en menos de un año consiguió aprobar la flexibilización de los derechos de los trabajadores y la brusca
reducción de todas las acciones relacionadas con temas ligados a mujeres, a combatir la discriminación racial y a la promoción de la diversidad, en general.
Esa tensión política, proceso bastante parecido al que vivieron otros países, provocó rupturas internas en las relaciones de la comunidad judía, en los debates al interior de las familias, y todo en un clima bastante hostil. La Operação Lava-Jato, estructurada como un conjunto de investigaciones sobre malversaciones y corrupción, ofreció una gran cantidad de material mediático, entre testimonios cuestionables y selectivas filtraciones de denuncias, para agitar que la opinión pública criminalizara al PT, y en especial del expresidente Lula.
Ese juego perverso de luces y sombras también promovió debates internos y subdivisiones entre los frentes considerados progresistas. El posicionamiento prodestitución (impeachment) ganó apoyo en figuras destacadas del campo democrático brasilero, quienes dieron aval a los alegatos de corrupción contra Lula, sus ministros y cuadros importantes del PT.
La propia detención de Lula, el 7 de abril de 2018 (en medio de un proceso que finalmente terminó impugnado, tras la confirmación de la colusión entre fiscales y jueces, a través de mensajes publicados) siguió siendo un punto de discordia.
En febrero de 2017, un Manifiesto lanzado por los judíos de San Pablo logró evitar que el club Hebraica recibiese a Bolsonaro, entonces en vías de volverse candidato a presidente. Los directivos del club de Río de Janeiro, a pesar de eso, realizaron el evento en su sede.
Las imágenes de Bolsonaro en el palco de Hebraica, con la bandera de Israel de fondo, destilando absurdos contra diversas minorías del país deberían ser suficientes para alarmar a cualquier persona que teme al ascenso del fascismo. Al mismo tiempo, la manifestación de activistas judíos y otros indignados en la puerta de A Hebraica fue una de las primeras movilizaciones de rechazo a aquel que iba a ser elegido presidente.
Ya durante la campaña, después de haber tomado posesión del poder, Bolsonaro mantuvo un discurso explícitamente contrario a los valores asociados con los Derechos Humanos.
En este video divulgado por judíos del colectivo Shlepers (Zaparrastrosos, en ídish) días después del evento en Río de Janeiro, se ofrecen contrapuntos a algunas de sus declaraciones: “Los judíos también son cristianos”, “sería incapaz de amar a un hijo homosexual”, “no te violo porque no te lo merecés”, “el error de la Dictadura fue torturar y no matar” son algunas de las barbaridades proferidas.
Se volvió urgente garantizar una voz más enérgica y con pautas más específicas contra el discurso violento de la extrema derecha, y crear un espacio para la expresión de posicionamientos políticos variados. Esto explica el surgimiento de varios colectivos judíos que emergieron en esos años. ¿Qué pautas y qué acciones podemos destacar?
Judeus pela Democracia, también organizado vía redes, pasó a actuar expresando la preocupación por la salud de las instituciones del Estado brasilero, ante las conductas dudosas en los procesos que envolvieron la deposición de Dilma y la condena de Lula. Se tornó un colectivo que se ocupa de trazar un contrapunto al apoyo esbozado por algunos empresarios judíos a la candidatura de Bolsonaro, tomado muchas veces por los medios como un “apoyo de la comunidad judía” como un todo.
También fueron los Judeus pela Democraciaquienes se hicieron presentes en solidaridad con Lula, al reunir a un grupo que fue a Curitiba a protestar contra su prisión y a visitarlo.
El énfasis de repudio ante cualquier tipo de discriminación y violencia, en un contrapunto importante ante el creciente discurso de odio, logró permear su mensaje en el colectivo Me dê a sua mão: mulheres judias pelos direitos humanos (Dame la mano: mujeres judías por los Derechos Humanos).
Este participó de manifestaciones en momentos críticos de la vida nacional, como cuando movilizó a miles de mujeres tras el asesinato de la verdadera concejal carioca Marielle Franco, en marzo de 2018, el que tuvo evidentes connotaciones políticas. Este grupo de mujeres judías progresistas se hizo presente con su bandera.
En septiembre del mismo año, se sumaron al #elenao (él no), acto contra el candidato Bolsonaro convocado por mujeres, con cerca de 500 mil personas.
El rechazo a la trivialización de los actos de tortura y asesinatos practicados por el Estado brasilero durante la dictadura militar fue otro motivo de movilización. Las escaleras de la Casa do Povo estaban repletas el 24 de octubre de 2018, luego de que Bolsonaro declarara que la muerte del periodista judío Vladimir Herzog, en 1975 —reconocidamente asesinado en las dependencias de la Policía política— podría haber sido un suicidio. El acto, organizado por Judeus pela Democracia y por miembros de los movimientos juveniles, en memoria de todos los muertos por la dictadura, terminó con una caminata desde el barrio de Bom Retiro hasta la puerta remanente de la prisión de Tiradentes.
Bolsonaro fue electo con el 55% de votos válidos, con lo que derrotó a Fernando Haddad, quien obtuvo el 44% del electorado, aún en medio de un fuerte movimiento anti-PT. Su victoria confirmó las predicciones pesimistas, con un Presidente que actuó con evidente escarnio político y desmontando de forma programada el trabajo de los ministerios, instituciones, y toda y cualquier política pública volcada a la educación, a la cultura, a las ciencias y a la promoción de los Derechos Humanos.
Siguiendo los pasos de Donald Trump, trabaja incansable para desacreditar a las instituciones políticas y para organizar hordas de seguidores. Sea por medio de la liberación del acceso a armas de fuego, sea fomentando y protegiendo las acciones de milicias digitales, vemos cómo se repite en Brasil el guion que orienta el ascenso de líderes autoritarios contemporáneos alrededor del mundo.
El uso de símbolos judíos por parte de Bolsonaro y sus seguidores, así como su constante retórica de admiración por el Estado de Israel se convirtieron en un motivo más de inquietud y desacuerdo en la propia comunidad.
La frecuente presencia de banderas de Israel en los actos proBolsonaro, una menorá siempre presente en los escenarios de sus apariciones, un viaje para bautizarse en el Río Jordán son elementos que fueron construyendo lo que el historiador Michel Gherman denominó “un Israel imaginario”. Esa adopción asociada a la simbología es propia de las dirigencias evangélicas vinculadas con el proyecto
bolsonarista, y también esa apropiación bien poco judía fue banalizada por los sectores de derecha de la población judía, que lo interpretan como “amor a Israel”.
Esa práctica desencadenó nuevas demandas a los sectores judeo-progresistas, pues generó posicionamientos de tenor antisemita por parte de miembros de movimientos de izquierda. Así, se tornó necesario trabajar para deconstruir las continuas acusaciones de apoyo de los judíos a Bolsonaro —como si hubiese vuelto necesario ser mucho más expresivos que otros sectores de la sociedad— y la identificación de Israel con esa desastrosa dirigencia de extrema derecha brasilera.
En ese escenario sumamente turbulento, la multiplicación de colectivos e instituciones compone una estrategia de ocupación de espacios en los medios, y de articulación con otras instituciones nacionales que trabajan por las mismas causas. Movimiento negro, dirigencias indígenas, colectivos LGBTQIA+, representantes de frentes de acción interreligiosos vivencian momentos de aproximación y profundización de las reflexiones, y de acciones conjuntas.
Las relaciones con varios de esos grupos ya existen tradicionalmente hace muchas décadas, pero la violencia de los ataques durante el gobierno de Bolsonaro trajo nuevo ímpetu. Sea en la Casa do Povo, en ASA[3], en el Observatorio Judaico dos Derechos Humanos no Brasil (Observatorio judío de Derechos Humanos de Brasil), en los programas del Instituto Brasil-Israel (IBI), en los manifiestos de Judeus pela
Democracia, es visible la preocupación de que el embate del momento sea entre civilización o barbarie.
En este escenario de tierra arrasada en el que Brasil se encuentra, con 33 millones de personas sufriendo la hambruna y la pérdida de, al menos, 700 mil de sus habitantes a causa de Covid-19, tenemos elecciones previstas para octubre. Existen preocupaciones justificadas de que Bolsonaro haga fraude en las elecciones. El último 5 de julio se lanzó el manifiesto “Judíos y judías contra Bolsonaro – con Lula y Alckmin en primera vuelta”. La participación en masa de los colectivos progresistas demuestra la continua movilización en este momento crítico. Es improbable, entretanto, que la derrota de Bolsonaro sea suficiente para frenar el veneno social inyectado en la sociedad brasilera, en los últimos años.
[1] El artículo “Segurança à margem”, escrito por mí y por Jairo Degeszajn sobre este tema, fue publicado en el Jornal Nossa Voz, y se puede acceder a través de este link.
[2] Institución heredera de la tradición icufista brasilera, a la cual pertenece la autora de este artículo o [N. de T.]
[3] Institución de tradición icufista en Río de Janeiro.
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